México: ríos muertos con tal de atraer inversión (reportaje Deustche Welle / artículo en español)
La laxa regulación mexicana permite que empresas europeas se desentiendan de sus desechos tóxicos, que provocan enfermedad y muerte en la población local y ecocidio en sus ríos. ONGs alemanas presionan por un cambio.
“Nuestro río era bien limpiecito, cuando no teníamos que comer, íbamos a pescar, traíamos pescados grandes. Había muchos pescaditos, acocil, charalitos”, dice Crecenciano Méndez Reyes, habitante de Tepetitla de Lardizábal, Tlaxcala.
“Era donde se reunían las mujeres, donde mi madre nos alimentaba. Aquí tomábamos agua, nos bañábamos, y se sacaba la arena para la construcción de las casas. Era vida y armonía. Ahora es un río muerto, ya nadie se quiere acercar”, dice por su parte Isabel Cano Flores, de la misma comunidad.
Los testimonios con los que comienza un documental difundido a principios de año titulado “Nos están matando. Agua, salud y medio ambiente en el Río Atoyac, Tlaxcala”, coinciden con lo que encontraron 30 observadores políticos de alto nivel durante un recorrido por seis estados de la República Mexicana. En el llamado “Toxi-Tour” participaron eurodiputados y representantes de organizaciones de la sociedad civil alemana y de otros países, entre ellos, el toxicólogo alemán Peter Clausing, de la organización Pestizid Aktions-Netzwerk.
“Nos reunimos con activistas y científicos en seis lugares particularmente afectados, nos enteramos de la problemática que vive la población, de la situación desde el punto de vista de la investigación científica, de la que están informadas las autoridades. Las de Jalisco, han guardado la información durante diez años en el cajón”, afirma Clausing en conversación con DW.
¿Qué pasa en Tlaxcala?
El investigador explica que visitaron los ríos. “El río Santiago estaba cubierto por una espuma de un metro y medio de alto, lo que hacía muy visible los daños existentes sin tener que hacer análisis químicos. Los científicos con los que nos reunimos los habían hecho ya, y constataron un incremento en el índice de enfermedades y muertes por cáncer, en estrecha relación con el asentamiento de complejos industriales en esas zonas, y sus desechos”, afirma.
Tres volcanes en las cercanías, el Popocatépetl, el Iztaccíhuatl, y el Matlalcuéyatl, convirtieron a esta región de aguas cristalinas y paisajes majestuosos en un destino turístico. El estado más pequeño de México es rico en historia y tradiciones, cuenta con ruinas mayas y ciudades coloniales. Pero el recorrido de los europeos fue para denunciar los destrozos que hacen sus empresas.
La organización mexicana de derechos humanos Centro Fray Julián Garcés, respaldada por la eclesiástica alemana Misereor, lleva más de 20 años años denunciando la dramática destrucción del medio ambiente en Tlaxcala. En la localidad situada a poco más de cien kilómetros al este de Ciudad de México, al igual que en el estado de México, Puebla y las inmediaciones de la misma capital, se encuentran los cuatro cinturones industriales más importantes del país.
Los pobladores de las comunidades de Puebla y Tlaxcala llevan dos décadas luchando por el saneamiento de la cuenca del Atoyac. “Hemos detectado enfermedades degenerativas; cáncer, insuficiencia renal, leucemia, padecimientos derivados de la interacción de los corredores industriales existentes en la zona”, dijo a DW, Alejandra Méndez Serrano, directora del Centro Fray Julián Garcés.
En la devastación medioambiental participa el gigante químico-farmacéutico Bayer con su filial Monsanto, Volkswagen y un ejército de proveedores de autopartes y suministros automotrices, empresas de industria textil, de cerámica. También se encuentra ahí un complejo petroquímico de la paraestatal Pemex, y una incineradora de residuos hospitalarios, entre cientos de empresas, 185 de ellas de capital alemán. “Todas estas empresas descargan sus residuos en el río Atoyac. Algunas, como Bayer, se conectan al drenaje municipal de Ixtacuixtla, con lo que traslada la responsabilidad de sus residuos a los ayuntamientos”, afirma la activista. Las autoridades locales no cuentan ni con los recursos ni la tecnología para eliminar de manera adecuada tóxicos que en Europa están prohibidos.
Con el agravante, según Méndez Serrano, de que la llegada de esas industrias y sus trabajadores ha atraído también a grupos criminales, desde bandas dedicadas a la trata de niñas y mujeres para la explotación sexual, hasta el robo de hidrocarburos. (…)
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